domingo, 11 de julio de 2010

MARÌA FUENTE DE ESPIRITUALIDAD

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Siete Aguas, 23 de enero de 2006, 07h

Tema: María, fuente de espiritualidad

Desde hace unos años, Madre querida, ha brotado de mi interior una súplica constante, sincera, muy deseada y muy compartida contigo, Madre: “Quisiera ser otra María”. En el diálogo frecuente contigo, Madre, Tú has puesto en mis labios esta oración: “Haz de mí otra María”. Considero para mí ésta, la máxima realización de mi vida consagrada.

No es extraña esta súplica y deseo, ya que nuestras fuentes de espiritualidad contienen cada una de ellas el embrión de una riquísima teología implicativa. No solo de una teología “explicativa” que nos conduciría a explicar nuestra fe, a razonarla, a darla a entender. Sino a implicarnos en las verdades de fe que creemos, vivimos y transmitimos. Se nos ha enseñado a implicarnos en cada una de las fuentes y a identificarnos con ellas.

- Así de la primera fuente de espiritualidad: de la Inhabitación de la Trinidad en nosotros, surgirá pronto el deseo de ser “quasi sacramento” de la Trinidad. Ser imagen y reproducción viva de la Trinidad.

- De la fuente de la Eucaristía, surge el deseo de ser un misionero / misionera eucarística. Tenemos una cristología implicativa, que apunta a identificarnos con Cristo: Ser aquello que recibimos. Ser “Otro Cristo”.

- De la fuente de espiritualidad del Cuerpo Místico, surge una eclesiología tan implicativa, que está en el origen de la vocación de muchos de nosotros y de nuestra conversión diaria. Ser en la Iglesia un miembro vivo, unido a Cristo Cabeza y a sus miembros, es nuestra composición de lugar habitual que nos da identidad en la Iglesia.

- También la fuente de espiritualidad de María, nuestra Madre, genera y contiene una mariología implicativa, de tal manera, que cuando crece el trato y el amor a Ella, surge espontáneo el deseo de imitarla, de identificarnos con Ella, de ser otra María.

Tengo la seguridad de que “Ser otra María”, es lo que más agradaría a Dios, lo que más beneficiaría a la Iglesia, lo que más favorecería al Verbum Dei, del cual Tú eres Madre, y amas como a tu Hijo. Es sin duda, lo que más te agradaría a ti: Ver en mí tu imagen y semejanza. Ver en mí tu parecido. Te pido, Madre, parecerme a Ti. Imprime en mí tu ser. Que quien me vea te vea, y quien me escuche te escuche. Es un deseo. Es una moción del corazón que se siente atraído hacia la contemplación amorosa de tu Persona, y cuanto más te conoce más te desea reproducir e imitar. Nace espontáneamente en mí un creciente deseo de reproducir e imitar a tu Persona, que me ha hecho tanto bien, a quien considero mi mejor Amiga y Compañera, mi Confidente, mi Punto de Referencia, mi Benefactora. La que me hizo Bien. La que siempre me hace bien. La que hace bien a todas las personas por quienes oro. La Benefactora del Verbum Dei. Y la que me mueve a hacer bien, a ser benefactora.

“NO TIENEN VINO” (Jn 2,3). “HACED LO QUE EL OS DIGA” (Jn 2,5). Creo que son las dos únicas palabras que el evangelista pone en manos de la Madre de Jesús. Suficientes para una mariología implicativa, y generadora de misioneros/as, marianos.

En el evangelio de Juan, María está presente en las bodas de Caná (Jn 2,1-12) y en las bodas del Cordero (Jn 19,25-27), cuando en la Cruz, recibe como herencia al discípulo, como hijo. Y desde aquel momento el discípulo la recibió como Madre suya. Madre de la Iglesia naciente.

Las bodas de Caná y las bodas de la Cruz marcan la hora de la redención, anticipada en Caná, simbólicamente, con el milagro de la transformación del agua en vino, Vino que evoca la sangre de Cristo derramada como Nueva Alianza en su sangre. María está presente en la anticipación de la hora de la Alianza, y en la realización de la misma en la cruz.

María, Madre, prepara, anticipa, y asiste a nuestra Boda, a nuestra Alianza, preparando y afianzando nuestra consagración.

Aquellas bodas en Caná de Galilea se actualizan en su presencia en cada uno de nosotros. No tienen vino. No tienen a Cristo. No te tienen a ti. Tienen sus vidas aguadas, en México dicen aguitadas. Tienen sus tinajas vacías, sus vidas vacías. Haced lo que El os diga. El milagro es que El dejará vuestras tinajas llenas del mejor Vino, de su sangre derramada en vosotros y por vosotros. El será el Redentor de vuestras vidas. María, corredentora de la humanidad intercede ante el Hijo, siempre con las misma súplica de intercesión: No tienen vino. No te tienen a Ti. Con la seguridad de que el Hijo intervendrá. E interviene. La traducción de la Casa de la Biblia expresa la objeción de Jesús a su súplica, en el v.4 con estas palabras: Mujer, no intervengas en mi vida; mi hora aún no ha llegado.

Pero ella interviene. La hora, es un término que en el evangelio de Juan significa la hora de la muerte, de la redención (Jn 7, 6.8.30; 8,20;12,23;13,1;17,1).

Es la corredentora con Jesús.

Es la mujer. Aquí, en Jn 2,4 y en 19,26, Jesús se dirige a María con este término. Mujer.

Evoca así a Eva, la mujer que en el paraíso, interviene en la génesis del pecado de la humanidad. Ella, es la Mujer, la Nueva Eva, que interviene para la hora de la redención de la humanidad por la muerte de su Hijo, que dará su vida y su sangre como precio de la Nueva Alianza

El vino de las bodas de Caná anticipa la sangre de la Nueva Alianza, el Caliz de la Nueva Alianza: Este es el Caliz, de la nueva alianza, derramado por vosotros y por muchos para la redención de los pecados.

La Boda de la Nueva Alianza, alianza eterna en la Sangre del Cordero.

Ap 19, 7.9: Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero.. Dichosos los invitados a las bodas del Cordero (Ap 19,1-10).

Jn 3, 29. la esposa pertenece al esposo. El amigo del esposo que está junto a él y lo escucha se alegra mucho al oir la voz del esposo, por eso mi alegría se ha colmado.

MADRE:

Madre (Iglesia): 31; 32; 37; 71; 103; 111; 112; 121; 163; 170; 171; 209; 280.

Madre (María): 160; 250; (de Dios) 241; (de la Iglesia) 33; 156; 230; 241; 312; (de Jesús) 230; 251; (del Cristo total) 159; (nuestra) 13; 230-245; 251.

María: 30; 33; 156; 158; 159; 160; 163; 167; 172; 209; 210; 220; 230-245; 246; 250; 251; 254; 260; 312; 315.

1.3. Nuestra Madre María

230. María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, de Cristo cabeza y de cada uno de los miembros de su Cuerpo, es nuestra verdadera Madre. Por ser Madre suya la quiso Dios llena de gracia, con la insondable riqueza divina que conlleva la plenitud del amor-vida de Dios en Ella. Por ser Madre nues­tra, de todos los hombres, Dios la ha constituido medianera de todas las gracias y dones suyos, en bien de todos y cada uno de sus hijos.

231. Por María ha querido Dios revelar su rostro materno a todos los hombres de la manera más cercana y familiar, más eficaz y delicada y aplicar, por María, la esencia pura y delicadeza entrañable de su infinito amor para con todos sus hijos sin excepción.

232. Las dificultades con que tropieza el hombre para nacer de nuevo a la vida divina, para iniciarse en su identidad cristiana sin malograr su gestación, desarrollo y crecimiento debido, hasta la madurez y plenitud de Cristo, reclaman necesariamente el cuidado de la Mamá[1].

233. María es la persona elegida por Dios y así presentada y entregada por Jesús para ser nuestra verdadera Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre"[2]. María es la herencia querida de Jesús que nos da en sucesión y cuyo recuerdo vivo nos transmite diariamente en la Eucaristía[3].

234. Para compartir abundantemente y cuidar la vida divina, que es amor, Jesús llama en su seguimiento a personas dis­puestas a vivir sólo del amor de Dios en plenitud. María, toda y sólo amor, engendra, forma, educa y acompaña por los mismos pasos de Jesús a los dispuestos a seguirle hasta las mayores pruebas y extremos de amor.

235. El cambio sustancial en la vida del hombre, de volver a nacer, de morir para resucitar, pasar del egoísmo al amor, del odio e individualismo a la comunidad y fraternidad, del yo a Cristo, le resulta imposible al hombre por sí mismo. Sólo Dios, para el que nada hay imposible, nos lo enseña y comparte, delicada y pacientemente, por medio de María.

236. Al disponerse Dios a realizar su ideal sobre el hombre, creado en libertad, no puede el mismo Creador llevar a térmi­no su proyecto sin la libre y voluntaria colaboración del mismo hombre. Al faltar a menudo este intervención y colabo­ración del hombre pecador en el plan de Dios, María se aveci­na y presta instintivamente su sí de Madre a cada uno de sus hijos afectados por la condición de pecadores.

237. Deficientes de luz, de fuerza, de amor... el yo, el egoísmo, el orgullo, ignorancia y miseria de nuestro propio corazón, interfieren, neutralizan, desmoronan y arruinan el proceso del Espíritu en nuestra divinización. María nos incluye de nuevo en su entrega al Padre en el mismo Espíritu.

238. El fracaso con la no aceptación propia, el desánimo y derrotismo y tal vez la desesperación, frutos propios de nuestro individualismo y soberbia dejan en nosotros llagas y cicatrices, resabios amargos, difíciles de eliminar en este mundo de ambiente enrarecido y contaminado. Mil veces empe­zamos y nos levantamos y otras tantas veces sentimos la debilidad y flaqueza que nos bloquea o la caída que nos hunde. María vela junto a nosotros en espera atenta de la resurrección; y en todos los traumas de la vida propia y de los hermanos podemos experimentar la mano suave y fuerte, acogedora y firme de María. Su actitud materna, entrañable, abre y resucita en nosotros, la mirada tierna e inefable del Padre y el abrazo estrecho y seguro de Jesús que nos brinda una nueva y más firme amistad.

239. María es imprescindible en nuestra vida cristiana, en nuestra vocación y misión. Muchos son llamados y ciertamente pocos los que siguen. Muchos externamente siguen, pero, de hecho, desertaron del seguimiento de Cristo. ¡A qué los esfuerzos, sacrificios e inversiones de toda una vida si se abandona aquel primer amor que nos regaló Jesús! El sigue mirándome fijamente con el mismísimo amor primero. Tal frus­tración y fracaso propio y para la Iglesia tiene su explica­ción en la ausencia de la Madre. Sin María se vive una orfan­dad imposible de superar.

240. La perseverancia en el verdadero seguimiento de Jesús, requiere una interminable paciencia, tanto en el proceso espiritual propio como en el de los demás. La paciencia es fruto del amor verdadero de Dios y este amor hunde sus raíces en la verdadera humildad. María es la Madre,la perfectamente humilde a quien Dios colmó de todas las maravillas, que por generaciones extiende hasta nosotros[4].

241. María, Madre de Dios y de la Iglesia, la Mamá tan fami­liar y querida, ocupa un lugar único y decisivo, imprescindi­ble e insustituíble en el Verbum Dei. Ella impulsa y guía el ritmo creciente de nuestra vida de oración y apostolado, orienta y decide el desarrollo y configuración de la Fraternidad eclesial.

242. El Rosario es y será siempre, juntamente con la Eucaris­tía, el acto más fraterno, familiar y hogareño de la Fraternidad, en torno a María, como una constante Iglesia naciente, llena del Espíritu. Es el momento en que se resuelven en torno a la Madre, todos los problemas familiares y apostóli­cos.

243. La presencia de María acompañará nuestras laboriosas jornadas misioneras, sustentadas por una fe viva y probada. Ella es el verdadero seno en el que, con Jesús y como El, se forman los miembros en la Fraternidad, asociándolos plenamente al misterio de Cristo.

244. María será siempre en el Verbum Dei, fuente y garantía de nuestro gozo limpio y abundante, de nuestra perseverancia y optimismo en la vocación, de nuestros más puros amores.

245. Todos los años, los miembros del Verbum Dei, celebrare­mos nuestra fiesta el 25 de Marzo: Anunciación de nuestra Madre y Encarnación del Hijo de Dios.



[1] Cfr. L.G. 63.

[2] Jn 19,26-27.

[3] Cfr. L.G. 50.

[4] Cfr. Lc 1,48-49.

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